En días recientes, se filtraron videos sexuales de una menor de edad. El odio y el acoso que ha recibido por parte de una sociedad ignorante ha sido masivo, ¿qué es lo que está mal con nosotros como sociedad?
Actualmente, vivimos en un mundo donde la tecnología se ha vuelto una herramienta cotidiana. No obstante, ¿es correcto el uso que le damos? El uso indebido de internet facilita la explotación de contenido sexual explícito de menores de edad, dando pie al surgimiento de filtración y distribución no consentida de dicho contenido.
Recientemente, la expareja de Juliana Duque, una creadora de contenido de tan solo 15 años, filtró varios videos grabados cuando ella tenía apenas 13 años, una edad en la que no se puede otorgar consentimiento legal. Tras la difusión de estos videos, un gran número de personas comenzaron a compartir el contenido y a burlarse de la vida privada de la menor, llevándola a responder públicamente ante la situación. ¿Es justo? Muchas personas justifican reírse de esto porque Juliana accedió a grabarse. Es triste que, como sociedad, aún no logremos entender acerca de la libertad sexual y la intimidad. Sin embargo, en este caso no hay absolutamente nada de esto: es una menor de edad, y aunque incluso lo justifican por su edad, sigue careciendo de sentido debido a la manipulación que recibió por parte de su expareja, manipulación de la que ella misma habla en su comunicado.
Juliana no es más que una víctima de esta red de apatía, odio y acoso que la sociedad misma se ha encargado de encubrir por la falta de educación. Los menores, muchas veces, no son conscientes de los riesgos asociados al compartir información privada o contenido íntimo, y esto los deja expuestos a peligros como el chantaje o la distribución no consentida.
Cuando se filtran videos sexuales no consentidos, hay que tener en cuenta que las víctimas siempre serán víctimas, acepten o no, ser grabadas. En ambos contextos se viola el derecho a la privacidad digital, atentando contra la integridad personal de las víctimas, sin importar qué edad tengan. El impacto de este tipo de situaciones va mucho más allá de la humillación pública. Para las víctimas, significa enfrentarse a un dolor emocional del que pueden surgir grandes consecuencias psicológicas, como las distorsiones cognitivas, poniendo a la víctima en un estado de vulnerabilidad. Incluso, cuando se trata de un menor de edad, estas consecuencias resultan aún peores, puesto que en la mayoría de los contextos, esto permite una distribución masiva del contenido por los mismos jóvenes en las redes sociales, resultando problemático y alarmante, pues denota la poca educación que tenemos respecto a la privacidad y la sexualidad, factor que termina creando más tabú frente a la educación sexual.
La exportación de contenido sexual ilegal no tiene género; aunque en su mayoría las víctimas son mujeres, la violencia en este caso no excluye géneros. Al mismo tiempo en que sucedía el acoso hacia la menor, se filtraron muchos videos de otros creadores de contenido, un acto irresponsable y detestable por parte de quienes los filtraron. Sin embargo, aquellos que se encargaron de difundirlo son igual de crueles o incluso peores, pues esto, en cualquier persona, puede ocasionar grandes daños frente a su integridad.
Aún somos una sociedad que carece de empatía, una sociedad que disfruta del dolor del otro. Por eso es crucial una educación respetuosa que exima a los menores de cualquier riesgo. Las plataformas digitales también deben ser parte activa del proceso. Aunque muchas han implementado políticas para denunciar y eliminar contenido inadecuado, esto no es suficiente. Necesitamos más mecanismos de prevención, con filtros más eficaces y sistemas de denuncia accesibles y rápidos.
No podemos permitir que estas conductas se normalicen y se olviden. Es necesario tomar cartas en el asunto: ninguna persona debe pasar por esto.
El cambio comienza en nuestras acciones. Protejamos a las víctimas y construyamos juntos un futuro digital más seguro y empático.